El autorretrato de Durero
El autorretrato de Durero es una de las obras de mayor magnetismo del Museo del Prado. Con su cautivadora mirada, sus elegantes ropajes y una composición magistralmente trabajada, disimula muy bien sus más de 500 años de antigüedad. Durero, que contaba con 26 años de edad, seguirá siendo siempre joven en su cuadro, emanando para siempre el elixir de una edad maravillosa.
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Por si todo ello no fuera evidente viendo su imagen, Durero lo escribió. Bajo el alféizar de la ventana, en alemán: "Das macht Ich nach meiner gestalt. Ich war sex und zwanzig jor alt. Albretch Dürer". Traducido al castellano: "Esto lo pinté yo según mi imagen. Tenía 26 años".
Estas palabras, esta afirmación, este orgullo de juventud y de su destreza como pintor, son para el observador como un imán, una imagen poderosa. Estoy seguro de que no soy el único conmovido por esta obra, y es que en mi caso, visitar este cuadro se convirtió en una especie de ritual familiar.
¿En qué consiste un autorretrato?
Un selfie mordeno, diríamos rápidamente. El modelo gratuito que tiene el o la artista para pintar; podría ser también, pero sin duda, se trata de un ejercicio complejísimo. Técnicamente pintarse a sí mismo es muy difícil, mirarse mientras se pinta, mientras se mueve y sobre todo, mientras da forma y hace visible aquello que está en el interior. Qué se escoge contar y qué ocultar debe de ser un dilema complicado de resolver, sobre todo porque la sensibilidad que todo artista tiene, conlleva que cuando se convierte en su propio modelo no pueda ocultarse.
El autorretrato en la historia
El ser humano se viene mostrando a sí mismo en el arte, con menor o mayor grado de detalle, desde las pinturas rupestres prehistóricas. La necesidad de dejar huella es ancestral y está íntimamente ligada al origen del arte.

Si bien el retrato es un género presente en el arte desde tiempos remotos a nivel global, el autorretrato es un subgénero de este, mucho más específico. Ya no se trata del retrato del otro (generalmente alguien importante), sino que hablamos de algo muy diferente, el artista tomando conciencia, explorándose, y para ello hemos de viajar directamente a fines de la Edad Media, pues fue en aquel tiempo y contexto cuando este género despegó.
Porque hemos de subrayar un requisito esencial para que el artista se muestre: debe sentir la confianza de poder hacerlo. Me refiero a que hasta fines de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, la condición del artista era la de artesano y lo común era que ni siquiera apareciera su firma en la obra. No existía el marco adecuado para que surgiera el autorretrato. Será en el Renacimiento cuando el artista se eleve y muestre con orgullo que se dedica a una actividad intelectual y no meramente manual.

Otra manera muy frecuente de autorrepresentarse ha sido la de hacerlo trabajando, pintando. Seguro que nos viene a la mente de nuevo Velázquez en Las Meninas o Goya en La familia de Carlos IV. Sin embargo, el primer autorretrato de la historia en el que vemos al artista en la acción de pintar, está considerado el Autorretrato (1548) de la pintora nacida en Amberes, Caterina Van Hemessen. Es un cuadro magnífico en el que la autora se presenta a sí misma pintando el mismo cuadro que estamos viendo, en un ejercicio de meta-pintura extraordinario. Y por si no quedara claro que es ella, al igual que Durero, también lo escribe, tal y como vemos en la parte superior: "Ego Caterina de Hemessen me pinxi. 1548. Estatis Sua 20". En castellano: "Yo Caterina de Hemessen, me he pintado. 1548. Su edad, 20 años.

Un autorretrato es siempre una obra especial, pues lleva al límite al artista, al que exige tanto, y al mismo tiempo son muy generosas, ya que nadie se las encarga. En 1952, la artista alemana Gabriele Münter escribió al respecto: “pintar retratos es la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para un artista”. En la imagen vemos uno de los, al menos, 16 autorretratos que realizó Münter; de este en concreto no se separó nunca. Contemplar un autorretrato, se convierte entonces en un regalo para el espectador, en tanto que una oportunidad de encontrar permanentemente algo nuevo.

Volvamos a Durero para concluir.
¿Por qué se pintó a esa edad? ¿Por qué incluyó el paisaje tras la ventana? ¿Por qué vestía así?
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Como dijimos al comienzo, Durero se pintó a sí mismo porque pudo hacerlo. Es decir que como afirmaba Wölfflin: “no todo es posible en todos los tiempos, y ciertos pensamientos solamente pueden ser pensados en ciertos estados del desarrollo".Y también porque estuvo en Italia.
Durero nació en 1471 en Núremberg, una importantísima ciudad alemana que en aquellos tiempos del Renacimiento europeo era una de las ciudades con mayor riqueza cultural. Seguro que este contexto influyó muchísimo en Durero, pero se consideran claves en su trayectoria los dos viajes que realizó a Italia. El primero, con 23 años, a Venecia, del que al volver, no tardó en abrir su propio taller en Núremberg y en hacer el autorretrato del Prado, entre otras inspiradas obras. Lo que vio en Italia pareció terminar de decidirle. Es muy probable que confirmara su orgullo por ser quien era y a lo que se dedicaba. Seguramente porque en Italia vio lo que vieron tantos otros alemanes que hicieron el viaje después (Goethe, o Winckelmann): la pasión. La pasión por el arte, que es lo mismo que decir, por la vida. Y vio también como allí habían tenido a artistas de la talla de Giotto o Ghiberti, que se habían autorretratado y habían firmado orgullosos sus obras. Brunelleschi o el propio Botticelli, que habían teorizado y representado a la perfección los valores del Renacimiento italiano.
Por eso pintó con trazo seguro el paisaje tras la ventana y elaboró una composición tan compleja como perfecta, y quizás innecesaria, a no ser que fuera para demostrar que dominaba la perspectiva, el invento de su tiempo para crear profundidad, la gran innovación artística del Renacimiento.
Quizás por eso también posó así vestido, con sus mejores galas, como un gentiluomo, porque así quiso pasar a la posteridad. Y también porque tenía 26 años, los mismos que pasa a tener cualquiera que mire bien esta obra.
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Autorretrato, Alberto Durero, 1498.
Museo Nacional del Prado.
Estas palabras, esta afirmación, este orgullo de juventud y de su destreza como pintor, son para el observador como un imán, una imagen poderosa. Estoy seguro de que no soy el único conmovido por esta obra, y es que en mi caso, visitar este cuadro se convirtió en una especie de ritual familiar.
¿En qué consiste un autorretrato?
Un selfie mordeno, diríamos rápidamente. El modelo gratuito que tiene el o la artista para pintar; podría ser también, pero sin duda, se trata de un ejercicio complejísimo. Técnicamente pintarse a sí mismo es muy difícil, mirarse mientras se pinta, mientras se mueve y sobre todo, mientras da forma y hace visible aquello que está en el interior. Qué se escoge contar y qué ocultar debe de ser un dilema complicado de resolver, sobre todo porque la sensibilidad que todo artista tiene, conlleva que cuando se convierte en su propio modelo no pueda ocultarse.
El autorretrato en la historia
El ser humano se viene mostrando a sí mismo en el arte, con menor o mayor grado de detalle, desde las pinturas rupestres prehistóricas. La necesidad de dejar huella es ancestral y está íntimamente ligada al origen del arte.

© Onetto, Funes, Murgo (DOPRARA-INAPL). Fuente: CPE
Si bien el retrato es un género presente en el arte desde tiempos remotos a nivel global, el autorretrato es un subgénero de este, mucho más específico. Ya no se trata del retrato del otro (generalmente alguien importante), sino que hablamos de algo muy diferente, el artista tomando conciencia, explorándose, y para ello hemos de viajar directamente a fines de la Edad Media, pues fue en aquel tiempo y contexto cuando este género despegó.
Porque hemos de subrayar un requisito esencial para que el artista se muestre: debe sentir la confianza de poder hacerlo. Me refiero a que hasta fines de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, la condición del artista era la de artesano y lo común era que ni siquiera apareciera su firma en la obra. No existía el marco adecuado para que surgiera el autorretrato. Será en el Renacimiento cuando el artista se eleve y muestre con orgullo que se dedica a una actividad intelectual y no meramente manual.
Los cuadros "anónimos" van desapareciendo y llegamos hasta los primeros autorretratos firmados que, en el arte europeo, aparecieron ya a finales de la Edad Media. Será en el siglo XV cuando empecemos a verlos cada vez más, y ocurre algo curioso: al principio será una aparición tímida; el artista se incluirá a sí mismo en obras grupales donde es uno más de esos personajes. No es alguien cualquiera eso sí; suele ser quien mira directamente al espectador. Así, podemos encontrar a Botticelli en La Adoración de los Magos, o a Velázquez en La rendición de Breda.

Autorretrato de Botticelli en La Adoración de los Magos. 1475. Galería Uffizi (Florencia).

Autorretrato de Velázquez en La Rendición de Breda. Hacia 1635. Museo del Prado.
Otra manera muy frecuente de autorrepresentarse ha sido la de hacerlo trabajando, pintando. Seguro que nos viene a la mente de nuevo Velázquez en Las Meninas o Goya en La familia de Carlos IV. Sin embargo, el primer autorretrato de la historia en el que vemos al artista en la acción de pintar, está considerado el Autorretrato (1548) de la pintora nacida en Amberes, Caterina Van Hemessen. Es un cuadro magnífico en el que la autora se presenta a sí misma pintando el mismo cuadro que estamos viendo, en un ejercicio de meta-pintura extraordinario. Y por si no quedara claro que es ella, al igual que Durero, también lo escribe, tal y como vemos en la parte superior: "Ego Caterina de Hemessen me pinxi. 1548. Estatis Sua 20". En castellano: "Yo Caterina de Hemessen, me he pintado. 1548. Su edad, 20 años.

Caterina Van Hemessen, Autorretrato, 1548, Museo de Arte de Basilea (Suiza).
Un autorretrato es siempre una obra especial, pues lleva al límite al artista, al que exige tanto, y al mismo tiempo son muy generosas, ya que nadie se las encarga. En 1952, la artista alemana Gabriele Münter escribió al respecto: “pintar retratos es la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para un artista”. En la imagen vemos uno de los, al menos, 16 autorretratos que realizó Münter; de este en concreto no se separó nunca. Contemplar un autorretrato, se convierte entonces en un regalo para el espectador, en tanto que una oportunidad de encontrar permanentemente algo nuevo.

Autorretrato, Gabriele Münter, hacia 1909-1910. Museo Nacional Thyssen Bornemisza.
¿Por qué se pintó a esa edad? ¿Por qué incluyó el paisaje tras la ventana? ¿Por qué vestía así?
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Como dijimos al comienzo, Durero se pintó a sí mismo porque pudo hacerlo. Es decir que como afirmaba Wölfflin: “no todo es posible en todos los tiempos, y ciertos pensamientos solamente pueden ser pensados en ciertos estados del desarrollo".Y también porque estuvo en Italia.
Durero nació en 1471 en Núremberg, una importantísima ciudad alemana que en aquellos tiempos del Renacimiento europeo era una de las ciudades con mayor riqueza cultural. Seguro que este contexto influyó muchísimo en Durero, pero se consideran claves en su trayectoria los dos viajes que realizó a Italia. El primero, con 23 años, a Venecia, del que al volver, no tardó en abrir su propio taller en Núremberg y en hacer el autorretrato del Prado, entre otras inspiradas obras. Lo que vio en Italia pareció terminar de decidirle. Es muy probable que confirmara su orgullo por ser quien era y a lo que se dedicaba. Seguramente porque en Italia vio lo que vieron tantos otros alemanes que hicieron el viaje después (Goethe, o Winckelmann): la pasión. La pasión por el arte, que es lo mismo que decir, por la vida. Y vio también como allí habían tenido a artistas de la talla de Giotto o Ghiberti, que se habían autorretratado y habían firmado orgullosos sus obras. Brunelleschi o el propio Botticelli, que habían teorizado y representado a la perfección los valores del Renacimiento italiano.
Por eso pintó con trazo seguro el paisaje tras la ventana y elaboró una composición tan compleja como perfecta, y quizás innecesaria, a no ser que fuera para demostrar que dominaba la perspectiva, el invento de su tiempo para crear profundidad, la gran innovación artística del Renacimiento.
Quizás por eso también posó así vestido, con sus mejores galas, como un gentiluomo, porque así quiso pasar a la posteridad. Y también porque tenía 26 años, los mismos que pasa a tener cualquiera que mire bien esta obra.
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