Centros Históricos: perspectivas y desafíos. El caso de Quito

 El 8 de septiembre de 1978 Quito fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO. Se convirtió en la primera ciudad en recibir este galardón (junto con Cracovia también nombrada el mismo año), y fue, fundamentalmente, debido a la riqueza de su centro histórico, el más extenso y mejor conservado de América. En él se encuentran conventos e iglesias coloniales únicas, elegantes casas y palacetes neoclásicos y eclécticos de fines del s. XIX, con una vida rebosante de pequeños comercios, cafés, residentes y turistas. A modo de marco, la cordillera de los Andes, envuelve la ciudad, justificando con su ubicación privilegiada, la prosperidad histórica de la urbe. 

Quito posee también una singular riqueza cultural. Al ser la capital de la Real Audiencia de Quito, uno de los territorios más importantes de la América colonial, ha vivido una fuerte experiencia de mestizaje que se traduce, en parte, en la estética de la ciudad, pero también en aquello más intangible, como la propia idiosincrasia quiteña, con sus expresiones, costumbres y leyendas particulares. 

Foto: Alejandro Vásquez

¿Qué significa ser Patrimonio Mundial?

La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) celebró en París, en el año 1972, una histórica conferencia en la que se definieron las categorías de Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad, y se adoptó un acuerdo o convención para su protección internacional: el objetivo era promover la defensa de aquellos bienes que se han ido considerando más valiosos. Actualmente, "la lista del Patrimonio Mundial incluye un total de 1.121 sitios (869 culturales, 213 naturales y 39 mixtos) en 167 Estados Partes)" (UNESCO, 2020).
Por todo ello, el que un lugar reciba este nombramiento conlleva una responsabilidad, misma que debería ser repartida entre los principales actores involucrados. Estos, según el consultor de la UNESCO Ciro Caraballo (2011), son cuatro fundamentales:  

a) la academia y los especialistas, quienes establecen los discursos sobre el bien y su significado.
b) el Estado; quien establece políticas y destina recursos técnicos y económicos.
c) la sociedad civil (empresarios, ONG´s, Iglesias) quienes disponen de programas e inversiones puntuales y representan a la comunidad inmediata.
d) aquella comunidad que convive con el bien o participa de su proceso vital de reinterpretación, tratándose de las manifestaciones intangibles. Cada uno de estos actores tiene distintas atribuciones, capacidad de intervención, intereses y tiempos de actuación diferentes. 

Cuando estos 4 pilares trabajan en conjunto, se activa la capacidad del patrimonio de funcionar como fuente de orgullo nacional, de configurar la identidad colectiva del pueblo al que pertenece.
Si bien es cierto, en honor a la verdad, habría que añadir que hoy en día algunas cuestiones se han desvirtuado.
Por un lado, el aumento de lugares que reciben esta distinción ha provocado una suerte de saturación, que conlleva un cierto desprestigio debido a la perdida de exclusividad. 
Por otro lado, en algunos lugares patrimoniales se ha primado su explotación turística antes que su protección eficaz, lo que al final implica: pérdida de población local, problemas externos o nuevas infraestructuras ajenas estética y culturamente. 
Por último, conflictos humanos como guerras, atentados o los derivados del narcotráfico, que por desgracia no terminan nunca, han puesto sobre la mesa la fragilidad de muchos de estos tesoros de la humanidad, desbordando incluso la capacidad de actuación de la UNESCO; lo que ha hecho que se elabore una lista adicional de sitios en peligro, lista que en ocasiones como en las guerras en Siria o Irak, no ha podido evitar su destrucción. 

Foto de la ciudad de Palmira, tomada de: wikipedia.org

Perspectivas y desafíos                

Hay muchos campos en los que se debe seguir trabajando, son muchos los retos que se tienen por delante. Considero desafíos fundamentales, por un lado, la necesidad de vincular a la comunidad en los programas de conservación del patrimonio. Esto puede resultar obvio, pero por ello mismo, en muchos lugares no se logra y es un punto de partida para desarrollar cualquier programa.
Por otro lado, es vital que desde las administraciones se establezcan políticas a largo plazo con respecto a los lugares patrimoniales; muchos de los proyectos buscan resultados en poco tiempo, pensando quizás más en clave electoral que en el desarrollo del entorno, que indudablemente necesita de planes a medio y largo plazo.

Otro de los desafíos es, por supuesto, regular el turismo en las ciudades o aquellos lugares destino del turismo masivo, tornar sostenible una situación que en muchas ocasiones ya no da más de sí (véase el documental "Bye Bye Barcelona").
Una idea para empezar a trabajar en esto, nos llega desde Venecia, donde Guido Zucconi, profesor en el Instituto Universitario de Arquitectura de esta ciudad, apunta que en primer lugar se debe: "dejar de satanizar el turismo; más bien hay que racionalizarlo, programando el acceso de los visitantes y fomentando las zonas menos frecuentadas" (Fernández, 2020). 
Y es que, criticar los excesos del turismo, no es incompatible con apoyar esta actividad que es un motor ecónomico fundamental en muchos países y una fuente de desarrollo personal inagotable, entre otras cosas. 
Estas ideas de Zucconi son claves desde mi punto de vista. El hecho de fomentar las zonas menos frecuentadas, tiene que ver con el acto de descentralizar, de repartir el turismo, lo cual me parece otro de los objetivos fundamentales de cara a los próximos años. En cada centro histórico hay otros centros, simbólicos, que copan los focos y la atención del turismo, y así sucesivamente, por tanto, hay también muchos otros lugares que quedan de lado mientras, en cambio, podrían enriquecer, ampliar y oxigenar las opciones y la experiencia de la visita. 

Otro de los desafíos importantes es la necesidad de preservar los ritmos de vida en los centros históricos: las esencias de la vida en comunidad, es decir, que se sigan recibiendo turistas, pero que esto no sea incompatible con el día a día de quiénes allí residen.
En los últimos tiempos se han multiplicado los alojamientos turísticos de caracter informal; empresas y particulares que operan a través de plataformas y aplicaciones de internet y que, aunque empezaron siendo una alternativa aplaudida, han cambiado las reglas del juego y también se han desvirtuado, ya que muchas habitaciones y pisos han acabado en manos de grandes inmobiliarias, "vaciando" muchas viviendas que anteriormente estaban ocupadas por vecinos y ahora es más rentable destinarlas al uso turístico. Esta situación lógicamente ha llevado a numerosas disputas y reivindicaciones vecinales y de diversos colectivos (léase la interesante entrevista a Michael Janoschka), cuyas reclamaciones han acabado siendo escuchadas por algunos ayuntamientos, haciendo que a día de hoy, en ciudades como Barcelona o Madrid se esté poniendo restricciones a los pisos turísticos, empezando a regularizar la situación. 

Foto de: público.es

Por ello, las perspectivas respecto a esto último, pienso que son positivas, ya que, aunque el turismo de masas volverá, también se están dando pasos que ponen el foco en los residentes y en la convivencia sostenible; pasos que seguramente (esperemos) se acentúen tras la crisis del coronavirus. 

De aquí deriva, por último, algo presente en numerosos centros históricos y que también se repite en Quito: la problemática falta de residentes y la necesidad de una mejora de condiciones de los que ya residen. 
En el centro de Quito, hay muchas viviendas vacías (muchas de ellas son patrimoniales y por tanto es muy complicado disponerlas para un uso habitual), pero también hay un número considerable de viviendas donde viven familias hacinadas, en condiciones precarias. La mayoría de quiteños y quiteñas escogen otras zonas de la ciudad antes que vivir en el centro, principalmente por la falta de condiciones y de seguridad. En mi opinión, el facilitar las posibilidades de residencia en los centros históricos, es una garantía de seguridad (donde hay vida y hay gente, hay menos impunidad y vacío) y también un modo de resistencia para preservar ese ritmo propio de la ciudad y dotar de sentido al espacio público. De este modo, se encontrarán ciudades más vivas, ojalá que seguras, y también auténticas. 

Referencias: 

Caraballo, C. (2011). Patrimonio Cultural. Un enfoque diverso y comprometido. México: UNESCO.

Fernández, M. (2020, 8 de junio). Venecia no es un sueño. Revista digital CTXT Contexto y Acción. Recuperado de: https://ctxt.es/

(2020). World Heritage List. Recuperado de: whc.unesco.org.


 








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